Ayer, no pude dormir durante todo el camino de regreso a mi casa. Esto ya se está volviendo habitual, pero es una instancia que aprovecho para pensar y reflexionar. Mirando por la ventana empañada del bus –empañada porque venía mucha gente hacia la playa- me puse a pensar sobre lo importante que es tener amigos. ¿Amigos? Creo que es una de las palabras más bellas, pero a la vez más difíciles de definir.

Para mí un amigo es una persona con quien puedo reír y llorar, conversar y pelear. Mostrarme tal cual como soy y saber que siempre podré contar con él o ella. También comprendí que no es necesario estar todos los días juntos, ni llamarse a diario; lo realmente importante es comprender que cuando uno los ve el reencuentro es tan agradable que parece que no nos hubiésemos dejado de ver jamás. La confianza no se pierde.

Otro tema es el de los afectos. Para mí, durante el último tiempo, es importante expresar lo que pienso. No sé, pero si quiero a alguien se lo digo. Ya no me da vergüenza porque creo que todas esas capas que uno se pone son herencias de una sociedad reprimida y machista. Además, no hay nada más agradable que un abrazo sincero y con cariño, no esos abrazos rituales o protocolares – como el de año nuevo o de los funerales-.

No entiendo por qué estoy escribiendo esto. Siempre dije que me cargan esos tipos que descargan sus sentimientos en estos sitios tan públicos. Pero qué tanto, si lo quiero hacer. La conclusión que pude rescatar de mi último viaje, es lo afortunado que soy por el hecho de poder decir que tengo reales amigas y amigos. Aunque sean pocos los que pueda situar en este esquivo sitio, es reconfortante saber que los tengo y que están ahí.